domingo, 2 de agosto de 2009

Rafael del Naranco: La noche de la radio rota


Si alguien aún no se había enterado de que la libertad de expresión ha comenzando a ser maniatada de una manera brutal en Venezuela, ayer con el cierre de 34 frecuencias de radio lo debió tener claro. El preaviso llegó con Radio Caracas Televisión y desde entonces el gobierno ha ido paulatinamente, sin descanso, imponiendo su ideología marxista que pasa, inexorablemente, por el control sistemático de la sociedad. El primer caído en ese anagrama de dictadura sofocante es el derecho a la opinión: cerrar la voz, el oído y la palabra a todo mensaje que no haya sido trillado hasta la saciedad por el “Comité de Salud Pública de las Ideas”. Sin prensa, radio y televisión libres, nada existe, al vivir en ese “Mundo feliz” de Aldous Huxley, en cuyas proféticas páginas unas poderosísimas fuerzas impersonales “empujan a la sociedad hacia un totalitarismo muy poco humano”.

En otro libro, “1984” de George Orwell, sentimos la detonación escalofriante de lo que sería una dictadura en un mundo imaginario, la cual llegaría en proyección aumentada con la venida de Hitler al supremo poder de Alemania, y antes, en el instante sangrante en que la opresión rusa comenzaba a caminar por la estepa helada del gulag de las almas perdidas. Quisiera ser testigo de mí tiempo y no callarme ante los abusos despiadados del actual gobierno, manejado bajo la perturbadora voluntad de un solo hombre: Hugo Chávez.

El artículo de éste viernes finalizaba con un reclamo y le requeríamos al lector no olvidarlo: “Luchar por la libertad es la libertad”. Ya en la noche, ante el inminente cierre de esas primeras 34 emisoras de radio, estuvimos escuchando la estación CNB con un trabazón en la garganta; no era la normal carraspera, si no la rabia impotente, cuando a la libertad se la enjaula, se vapulea hasta la saciedad, y se la hace aserrín. Algo le sucede a este pueblo antaño bravo y rompedor a centelladas de grilletes impuestos por el truhán de turno. Le están arrebatando el aire fresco de sus sagrados derechos humanos, y se queda amodorrado, impasible cual junquillo asustado. O despertamos o fenecemos.

No hay otra salida. Hubo en el centro de Europa, comenzando en Berlín al principio de aquella barbarie nazi, la llamada “Noche de los cristales rotos”, lóbregas sombras caídas sobre comercios, sinagogas y moradas judías, bajo el resplandor de gigantescas fogatas atizadas con libros. Hitler, en medio de ese resentimiento incontrolado, comenzaba a tejer su malla opresora y nadie parecía darse cuenta del espanto que llegaba. Cuando se supo, era demasiado tarde. El Führer, desprovisto de máscara, saboreaba la primera copa de la sangre cuajada en la que iba a ahogar a Europa. Ayer Venezuela toleró “La noche de las radios rotas”, preludio de la pesadilla espeluznante que nos aguarda.

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